Dentro de todos los estereotipos y tópicos populares que giran en torno al mundo canuto está el tema del alcohol, “la bebida”.
A partir de él se sostiene que todos los evangélicos satanizan y tratan de pecaminoso el beber alcohol en cualquier forma, cantidad, tipo etc. Siempre me acuerdo de la teleserie de TVN “Amores de Mercado” que tuvo unos personajes muy particulares que hacían caricaturas de los estereotipos evangélicos del siglo XX, en dicha teleserie había una “pastora”, predicadora de “la luz divina” que había iniciado su propia iglesia luego de que la “luz divina” le permitió sacar a “su marido de la bebida” y transformar su vida, haciéndolo un padre de familia responsable y trabajador.
Pues bien, ese estereotipo tiene mucho de real, no solo en cuán real es que el motor de la conversión evangélica/pentecostal es por lejos la mujer que busca que su marido se convierta y cambie de estos malos caminos, se haga cargo de su casa y deje la violencia hacia ella, sino en la relación entre lo “evangélico y el tópico del alcohol”. Esto pues son muchos los canutos, sobre todo de corte pentecostal que consideran que beber alcohol, siquiera un sorbo, es pecado terrible, incluso hay quienes lo sostienen con argumentos bíblicos y teológicos bastante elaborados.
En mi caso, me parece evidente que la Biblia no condena el beber alcohol, en ella aparece que la borrachera es pecado, cosa muy distinta. Ahora bien ¿por qué tantos evangélicos llegaron y llegan a sostener de forma tan enfática que el alcohol es pecado? ¿por qué esta obsesión pentecostal y de otras denominaciones con el alcohol? Por una cuestión contextual, por un momento histórico, por “la necesidad que tiene cara de hereje”, que crea doctrinas a veces tan necesarias y otras veces tan innecesarias.
En el siglo XX chileno el alcoholismo era uno de los principales dramas y problemas sociales. El alcoholismo, pandemia de los varones por lo general, implicaba la destrucción total de las familias de carne y hueso, hombres violentos que con alcohol se matan entre ellos, hombres misóginos que con alcohol golpeaban y mataban aun más a sus señoras, hombres pobres que gastaban lo poco que tenían en alcohol en lugar de su familia, su señora, su casa, sus hijos, hombres irresponsables que gastaban todo su sueldo en alcohol y en fiestas llenas de él, que no iban a trabajar los días post paga por estar borrachos y eran por ello despedidos o improductivos.
Entonces nace la necesidad de satanizar el alcohol, es una respuesta poderosa y eficaz a un problema grave y real de la sociedad. Esto no es propio de Chile, pues ya en Estados Unidos y varios países anglosajones existían los “movimientos de temperancia” que abogan no solo por dejar el alcohol, sino que incluso por la abolición de dicha libertad (son más politizados), es decir, su prohibición legal. Movimiento que estuvo fuertemente ligado, entre otros, a la Iglesia Metodista (también a los Mormones) y al Movimiento Feminista pues se asociaba el alcohol con la violencia de género (de hecho el movimiento por la Templanza fue uno de los más eficaces grupos feministas sufragistas y cristianos, una de sus expositoras más notables es la predicadora “Carrie A Nation”, predicadora evangélica y destacada feminista, que se hacía llamar la “bulldog de Jesús”, y que iba con hachas a los bares a destruirlos, y que también experimentó el “bautismo del Espíritu Santo” propio del pentecostalismo). En Estados Unidos incluso lograron su objetivo, dictándose la “ley seca”, que prohibió la venta de alcohol, fracasando eso sí por cuanto se crearon mercados mafiosos, y toda clase de otros males derivados de ellos.
El asunto es que el tema de la satanización del alcohol obedece a una necesidad de nuestra historia, una respuesta muy eficaz a un problema realmente degradante de nuestro siglo pasado. En mi caso particular, por enseñanza, solía creer que tomar alcohol era pecado, después comprendí que no, que lo indeseable está en la adicción al alcohol, así que hoy por hoy suelo beber alcohol junto a mi esposa, a mis amigos, y en contexto de fiesta, pero siempre con la prudencia de no llegar a emborracharme. Sin embargo, tengo el más profundo respeto por los que pregonaron esto, y también respeto a los que aún lo hacen, y trato –dentro de mis posibilidades- de no contender por eso, pues hay poderosas y piadosas razones históricas.
Hoy soy un canuto que toma (con prudencia), y hay muchísimos canutos que también lo hacen, ¡salud por eso! y salud por todos aquellos que han luchado tenazmente contra los verdaderos males de su época, salud por todas esas vidas que fueron transformadas, familias restauradas, hombres sanos, mujeres que lucharon por ello y que encontraron en el evangelio de Cristo una respuesta y esperanza, ¡que Dios nos permita también observar y enfrentar con esa misma agudeza y sentido de realidad a las verdaderas adicciones y males de nuestros tiempos (como el consumismo, la depredación ambiental, la codicia, la odiosidad, la misoginía y la violencia)!
Lo de la prohibición del alcohol fue un proceso llevado a cabo por las iglesias del que, creo, todos deberíamos admirar, sacar lecciones y desafíos.
