Textos inéditos del blog (1). Violencia de manifestantes, violencia de policías, violencia estructural, y posibles salida.

Les comparto esta reflexión que escribí el 23 de octubre de 2019, pero que nunca publiqué en Facebook:

Violencia de manifestantes, violencia de policías, violencia estructural, y posibles salida.

 Todo lo que el hombre sembrare, esto también segará (Gá 6:7).

Nadie que crea en el Estado de Derecho es un pacifista en el sentido más estricto, es decir, en el sentido de “condenar la violencia siempre siempre, venga de donde venga”. Aunque se diga así, y suene bonito, no es verdad.

De acuerdo con Hobbes, en un mundo sin Estado de Derecho, la violencia es la regla, sobrevive el que es físicamente más fuerte, el que pega, mata, tortura y asusta más. El Estado de Derecho lo que hace -o pretende- es eliminar la violencia atribuyéndose ser el único que puede ejercerla, a fin que no gane simplemente “el más fuerte” en una disputa, sino aquel que tiene la justicia y la razón de su lado.

El Estado de Derecho cree entonces en la violencia, de hecho, su función es, en palabras de Weber, “tener el monopolio de ella” y ejercerla con autorización y con equipo para ello, entrenamiento, armas, blindaje, y protección. Esa es la función de –entre otros- la policía.

El axioma es que sólo el Estado puede ejercer la violencia, la diferencia es que esa violencia tiene exigencias, no es cualquier violencia, a esa responsabilidad y monopolio se le agregan elementos mínimos y básicos: debe ser estrictamente necesaria y proporcionada, dirigida a aquel que se ha hecho merecedor de la misma a través de procesos racionales de aplicación. “Necesaria” en el sentido de no tener otra alternativa, “proporcionada” en el sentido que el daño generado debe ser menor al que se trata de evitar, racional en el sentido de mediada por un juicio con posibilidad de defenderse.

¿Es necesario pegarle a alguien que se manifiesta pacíficamente? No, jamás. ¿Es necesario pegarle a alguien que destruye un semáforo? Sí, sólo para reducirlo, detenerlo y juzgarlo con un juicio racional y justo en el que se le aplicará una pena (dolor) que será por ejemplo la privación de libertad (un secuestro legal) y/o pago de indemnización. ¿Es proporcionado matar a quien destruye un semáforo? No, no lo es, nunca lo será, (si usted cree que un semáforo vale más que la vida, puede dejar de leer y renunciar al derecho). Esa es la idea. El Estado de derecho es la elección por un mal menor, una tragedia tristemente necesaria, donde se emplea la violencia como excepción, no como regla, mediada por la justicia.

Los civiles en cambio nunca están autorizados a ejercer la violencia, y por ende, como no lo están, no tienen este elemento ético “adicional” al ejercer la violencia, pues nunca están autorizados a ella (salvo casos muy estrictos de legítima defensa), no tiene sentido pedirles que procedimentalmente hagan bien algo que siempre estará mal. El civil que ejerce la violencia contra carabineros comete un delito, delito que es sancionado prácticamente con el doble de mayor pena que el mismo delito a la inversa. Las condiciones, la protección y las consecuencias a las que se enfrentan nunca serán iguales que las de los agentes estatales, en ningún sentido.

La cancha así es completamente diferente, ambos lados no están sujetos a las mismas reglas ni a las mismas consecuencias, la “batalla” que se lleva a cabo no se puede exigir lo mismo como pasa en una pelea de box donde ambos contrincantes de similar peso pueden ejercer los mismos tipos de ataques y están sujetos a los mismos mínimos y a las mismas exigencias. No es igual, nunca lo será, los policías están en una posición legalmente y necesariamente ventajosa: autorización a ejercer la violencia, facultad de llevar detenido a alguien (al revés sería crimen de secuestro), preparación, entrenamiento y equipo para ello, además que ellos mismos son los que realizan gestiones de investigación de los delitos, y por ende, tienen una carga procedimental adicional, no pueden ser como un violentista que no sigue procedimiento alguno pues nunca está autorizado a ser violento con un policía.

Entonces, la mayor desgracia que puede suceder es que el Estado y sus agentes autorizados para ejercer la violencia la ocupen de forma innecesaria y desproporcionada y/o a las personas equivocadas, pues cuando eso pasa, la gente comienza a tolerar e incluso justificar la violencia hacia los agentes del Estado. Se arma una verdadera guerra, en escala, donde los principales afectados serán finalmente los civiles que no ejercen la violencia, pues ellos serán primero atacados por los agentes del Estado de forma completamente absurda, y una vez sobrepasados los agentes del Estado, recibirán la violencia de los que quieren ver el mundo arder (narcotraficantes por ejemplo), o peor aún, los amantes del orden y que tienen poder y privilegios y controlan al ejército terminan realizando un golpe de estado a través de las fuerzas armadas, matando y torturando a mansalva a todo lo que sospechen pueda ser considerado contrario al orden para ellos conveniente, sean o no “violentistas”. Luego el juicio cae solo sobre los que recibieron la orden de matar y mataron sin misericordia, y nunca sobre quienes ordenaron esa muerte.

Eso es lo que enseña la historia, pierden los mismos de siempre siempre.

¿Qué podemos hacer ante eso? El gobernante debe recordar y ordenar a sus fuerzas represivas a quiénes, cómo y cuándo pueden ejercer la violencia legítima, necesaria, proporcional y racional.

Esa es una cosa, pero es solo un parche ante el “mal menor y necesario” de la violencia legítima del Estado. Lo que se precisa es ir al fondo del problema.

¿Por qué hay gente dispuesta a salir a destruir? ¿son simples “simios” como le gusta decir a algunos? ¿hay algo más profundo? ¿quién puede amar la violencia en serio?

La ira contra un orden que se supone ejerce la violencia con racionalidad se genera cuando se observa que ese orden en realidad sí está al servicio del más fuerte, no en el sentido de quien es más musculoso como pasa en un mundo sin Estado, sino el que es económicamente más fuerte: cuando el Estado se pone al servicio de los poderes económicos y no de la justicia, de los que todo lo tienen y no se conforman y quieren tener todavía más, cuando hay acumulación, esa glotonería de tanto tener, que corrompe al Estado, la que denunciaron los profetas de antaño, la que la ley de Moisés aborrecía, la enfermiza corrupción que enferma e infesta a todos: jueces y sacerdotes, gobernantes y mercaderes, pastores y militares, ciudadanos y funcionarios.

Entonces, quienes viven en la destrucción auspiciada por el Estado que debía protegerlos, quienes viven en la violencia constante explotan y contagian su violencia sin miramientos a todos, terminan por ver en el Estado a su enemigo, lo ven como se comporta, como un delincuente al que hay que enfrentar solos, pues no tienen nada más que a ellos y su ira para plantarles cara. Muchos de ellos son ex niños del SENAME, son hijos de una educación mala, segregada y clasista, son víctimas de los guetos, y crecieron en ambientes de violencia intrafamiliar y clasismo. La rabia genera violencia, y en algún momento explota, ya les es indiferente todo, pues todos han sido indiferentes con ellos, y su violencia siempre es irracional y es arbitraria, termina descargándose sobre cualquiera menos el responsable, de manera que paguan otra vez justos por pecadores: un quiosco, una estación de metro, una pyme.

Pierden los mismos de siempre, hasta que dicha ruina termina siendo mayor a la anterior, y se termina amando y deseando volver a lo que había antes que ya era malo, pero no “tan” malo.

¿Entonces qué podemos hacer? La gente quiere ambas cosas de igual manera, vivir en paz y orden, y tener justicia y dignidad, pero generalmente termina ganando la primera cosa solamente.

El Presidente y el Congreso tienen la respuesta en sus manos, comprender la crisis política existente, no solo en el sentido de sus ideologías incapaces de dar una respuesta y que se han mostrado legitimadoras del abuso, sino en la legitimidad de sus cargos, comprender que sus programas de gobierno, electos con un porcentaje absurdamente bajo de electores está completamente vencido, deben formar un gabinete de unidad nacional, generoso, con actores de todos los sectores políticos y de diversos sectores sociales, llegar a un acuerdo sobre materias críticas y basadas en el futuro (educación, salud y pensiones), y con valentía e hidalguía, condicionar su renuncia al fin de la violencia callejera, pues dejar descabezado al país sin cesar la violencia es entregar el mismo en manos o del fascismo y sus golpes de estado o del narcotráfico y su impiedad total.

La suerte está echada, todo está en manos de los gobernantes, de ellos depende, si aman las riquezas, dejarán todo como está y el derramamiento de sangre será mayúsculo en cualquier escenario, pero si comprenden su rol histórico, y la justicia a la que deberían estar sujetos, saldremos de esto.

¿Qué cual es el rol de la iglesia? es posible que ya sea poco, debimos denunciar la corrupción antes, pero en realidad fuimos parte de ella, hasta los tuétanos, no solo en silencio, sino activamente, por eso nadie nos cree. Pero aun podemos arrepentirnos, con obras dignas de tal, denunciar la injusticia nos queda, no avalar la violencia nunca, especialmente la estatal, que es la más cancerígena y abusiva de todas, y llamar al acumulador, amante del dinero, a que haga correr la justicia, pero si su aliados somos, seguiremos dando manotazos de ahogado en el mar de nuestra hipocresía, pues cómplices y copartícipes hemos sido de una violencia estructural brutal, amparada por la violencia estatal, que ha explotado en violencia callejera.

Sembramos viento, cosechamos tempestades y ahora gritamos ¿por qué tanta violencia? ¿por qué tanta piedra? ¿por qué tanto vandalismo? ¿por qué nos tiran piedras al templo y lo rayan? tarde llegamos, el reclamo moral puede ser real, pero es tan parcial como inútil. Son años sembrando delincuencia en medio de guetos de pobreza y exclusión, años tapando el abuso de los poderosos, años tapando la corrupción, años maltratando niños en el SENAME, años favoreciendo la injusticia, la explotación y las malas condiciones, años tratando de flojos a los que pedían que se pagara justamente el trabajo y el esfuerzo, años hablando de meritocracia viviendo en la pitutocracia, como una olla a presión, esta nos explotó en la cara cuando no pudo más.

La esperanza está en que todos despertemos, y no respondamos con más violencia a la violencia, sino con justicia.

EOC.

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